Hoy todo es tóxico, la masculinidad más que cualquier otra cosa, cualquier cuestión que no encuadre con el pensamiento único del sistema que nos empuja a ser cada vez más débiles, estar más aislados y a consumir de forma frenética es la pura esencia del mal, debe ser criminalizada y perseguida con todas las fuerzas posibles.

El hombre debe ser sensiblero, que no sensible; debe ser anárquico y desordenado, una especie de ente caótico que solo es capaz de vivir el momento; vicioso y degenerado, un adicto, un consumidor frenético de cuerpos, vídeos, drogas, alcohol y lo que le pongan delante; debe ser dócil, renegar de toda violencia, de toda diciplina o abnegación. El sacrificio y la lucha personal por dar la mejor versión de uno mismo, por conseguir la excelencia en aquello en lo que elija invertir sus capacidades son cosas de otra época. No hablemos ya de tener valores, principios, palabra y lealtad. Cualquiera de estas cualidades siempre han sido dignas de elogio, para la mentalidad actual son dignas de un cromañón.

Ahora quieren promover las nuevas masculinidades, es decir, destruir todo lo bueno que tiene un hombre socialmente y convertirlo en alguien débil, dependiente y sumiso a cualquier nueva imposición de la dictadura woke. Quieren destruir la familia, y para ello deben destruir al hombre, convertirlo en un pelele. Si la nueva masculinidad es la que muestran personajes grotescos como Samantha Hudson, Bad Bunny, Quique Peinado y otros subseres televisivos prefiero quedarme solo defendiendo esencias más tradicionales, pero ¿qué no es tradicional frente a la degeneración ante la que nos encontramos?

Todo lo que implique fuerza, potencia, virilidad, violencia, entrenamiento, disciplina y esfuerzo es señalado como algo tóxico, mientras se premia y se elogia la debilidad, el «afeminamiento» (parodia de la feminidad, pues lo femenino en la realidad poco tiene que ver con estos degenerados) y la sumisión, mientras más se dejen humillar más aliados feministas son. Se ha creado una cultura y unas tendencias nauseabundas y decadentes que nos empujan un poquito más hacia el precipicio que ya tenemos muy cerca como sociedad.

Si llevamos esta cuestión al ámbito colectivo, incluso dentro de proyectos que se suponen alternativos, pasa más de lo mismo. He tenido la desgracia de cruzarme con muchas personas que van de alternativos y críticos, y tienen las mismas tendencias y conductas individualistas, de debilidad. Defienden retóricamente una cosa, pero luego son incapaces de hacer lo que se tiene que hacer, tienen una vida desordenada y se niegan a salir de su zona de confort. Priman sus cuestiones personales, su ascenso individual en la vida a los intereses colectivos, e incluso hacen ver que aportan mucho, cuando lo único que quieren es aprovecharse del trabajo e imagen de otros.

A lo largo de mi vida he conocido a mucha gente que solo te quiere para aprovecharse de tus cualidades o de que llegues a gente, pero le da exactamente igual las necesidades que puedas tener tú o lo que hayas tenido que renunciar y trabajar para conseguirlo, incluidos también los problemas que puede acarrearte todo ese proceso. Hay gente que cree que el éxito o tener determinadas capacidades son fruto de un reparto divino, pero no es así, es fruto del trabajo, del estudio y del esfuerzo; de la disciplina, la voluntad y el amor propio. ¿Pero qué puede saber esta gente de ello? Solo quieren sacar rédito, hacer postureo y apuntarse un tanto. Me he encontrado con este tipo de gente en tantos y tantos sitios diferentes… son esa clase de personas que les gusta pavonearse cuando el trabajo ajeno da frutos e intentan hacerlo pasar como propio, o como si hubieran formado parte.

Además, el día que tengas un problema, especialmente cuando es algo colectivo, se lavarán las manos e irán a otro sitio, a seguir con sus actitudes putrefactas. Lo he vivido con juicios, cuando estuve en la cárcel y en general cuando han ido mal las cosas. Soy capaz de reconocer a este tipo de gente a distancia, no son más que un exponente de la cultura de escaquearse del trabajo, de evitar echar una mano a los demás o de no preocuparse por algo que vaya más allá de ellos mismos y lo que les afecte directamente. Eso sí, cuando vaya todo bien serán los que más se te pegan, pero no los verás interesarse jamás en el trabajo duro en donde harían falta, ni en los problemas de los demás. Estos elementos no son más que otro exponente del hombre blandengue actual, aunque intenten ir de otra cosa. Egoísmo, despreocupación por los demás, elusión de todo en cuanto hay problemas y funcionamiento en base al rédito ajeno y en interés propio.

Son los típicos que cuando sean viejos dirán a sus hijos «yo cuando era joven…», vendiendo una película, un espantapájaros de lo que fueron, no hay otra forma de completar esa frase sin atentar a cualquier concepto de verdad que la siguiente: «…era una basura de hombre, igual que ahora».

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